jueves, 20 de septiembre de 2012

Cuando el amor se parece al cólera

Hace unos días, una de mis compañeras expuso en clase su  análisis  sobre  "El amor en los tiempo del Cólera". Mientras nos contaba el argumento no pude evitar recordar la época en que esa  novela llegó a mis manos. Recuerdo a un Florentino Ariza, siempre de negro y delgado que se enamoró desesperadamente de Fermina Daza; y que tuvo que esperar cincuenta  años para poder estar junto a ella. Recuerdo como ese libro  reanimó  mi interés por la lectura y la literatura. Me pasé días con el libro de un lado al otro, imaginaba como continuaría la historia mientras tenía que realizar actividades que me impedían leer, y hasta cuando dormía soñaba con algunos pasajes de la novela. Uno de los fragmentos que más  recuerdo es cuando Florentino cae en una profunda depresión tras el rechazo de Fermina Daza.

"Esa tarde, mientras su padre dormía la siesta, le mandó con Gala Placida una carta de dos líneas: Hoy, al verlo, me di cuenta que lo nuestro no es más que una ilusión. La criada le llevó también sus telegramas, sus versos, sus camelias secas, y le pidió que devolviera las cartas y los regalos que ella le había mandado: el misal de la tía Escolástica, las nervaduras de hojas de sus herbarios, el centímetro cuadrado del hábito de San Pedro Claver, las medallas de santos, la trenza de sus quince años con el lazo de seda del uniforme escolar. En los días siguientes, al borde de la locura, él le escribió numerosas cartas de desesperación, y asedió a la criada para que la llevara, pero ésta cumplió las instrucciones terminantes de no recibir nada más que los regalos devueltos. Insistió con tanto ahínco, que Florentino Ariza los mandó todos, salvo la trenza, que no quería devolver mientras Fermina Daza no la recibiera en persona para conversar aunque sea un instante. No lo consiguió. Temiendo una determinación fatal de su hijo, Transito Ariza se bajó de su orgullo y le pidió a Fermina Daza que le concediera a ella una gracia de cinco minutos, y Fermina Daza la atendió un instante en el zaguán de su casa, de pie, sin invitarla a entrar y sin un átimo de flaqueza. Dos días después, al término de una disputa con su madre, Florentino Ariza descolgó del muro de su dormitorio el nicho de cristal polvoriento donde tenía expuesta la trenza como una reliquia sagrada, y la misma Transito Ariza la devolvió en el estuche de terciopelo bordado con hilos de oro. Florentino Ariza no tuvo nunca más una oportunidad de ver a solas con ella en los tantos encuentros de sus muy largas vidas, hasta cincuenta y un años y nueve meses y cuatro días después, cuando lo reiteró el juramento de fidelidad eterna y amor para siempre en su primera noche de viuda."

Pero  Florentino Ariza no se olvidó de Fermina Daza, continuo viéndola (aunque de lejos), estaba pendiente de su vida y de la de su familia. Hasta que tomó  la decisión de esperar el momento adecuado para estar con su Diosa Coronada. 
"El día que Florentino Ariza vio a Fermina Daza en el atrio de la catedral, encinta de seis meses y con pleno dominio de su nueva condición de mujer de mundo, tomó la determinación feroz de ganar nombre y fortuna para merecerla. Ni siquiera se puso a pensar en el inconveniente de que fuera casada, porque al mismo tiempo decidió, como si dependiera de él, que el doctor Juvenal Urbino tenía que morir. No sabía ni cuándo ni cómo, pero se lo planteó cómo un acontecimiento ineluctable, que estaba resuelto a esperar sin prisas ni arrebatos, así fuera hasta el fin de los siglos."

Al final de la novela, los protagonistas (ya en la vejez)  emprenden un viaje juntos.Y poniendo en el barco la señal de cuarentena, se las arreglan para alargar el viaje por tiempo indefinido.

"- ¿Y hasta cuándo cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo?- le preguntó.

Florentino Ariza tenía la respuesta preparada desde hacia cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches.
- Toda la vida- dijo."

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