viernes, 8 de febrero de 2013

La tentación del fracaso

1969

2 de agosto 

Conversación inquietante con el joven alemán de la Agencia, aprendiz de escritor. Veo que los jóvenes (tanto europeos como americanos) que tienen entre 20 y 25 años menosprecian profundamente las cualidades que en un autor eran y son para nosotros, que nos acercamos a los 40, dignas de aprecio: la ironía, la prosa cuidada, el distanciamiento para con lo narrado, cierto humanismo entendido como manera indulgente de escribir sobre el hombre o una tendencia a emitir sobre él ideas generales. Los autores que yo sigo admirando, Thomas Mann, Musil, Honfmannsathal, Broch, etc. (para sólo hablar de lenguas alemanas), son para ellos casi la negación de la literatura o más bien vieux jeu, gente de museo, que figuran ya en los textos escolares y sólo pueden ser materia de tesis doctorales o de irrisión. Incluso escritores como Peter Weiss, Enzensberger o Grass, son considerados por mi amigo como << establecidos>>, es decir, que han penetrado y se han inscrito en el circuito comercial de la industria literaria. En el fondo, lo que estos jóvenes admiran es una literatura aliteraria, que no reconozca géneros, ni estilos, ni cuidado, ni inteligencia. Su obsesión es el lenguaje parlé, viviente, la ruptura de toda convención, la muerte de la retórica tradicional tan arraigada en nuestros hábitos mentales, la inhumación del intelectualismo, el exilio de todo lo que huela a frase, aforismo, opinión, sentencia. Aman lo directo, concreto, espontáneo e imagé. En realidad esta reacción me parece saludable, válida y fecunda. Muchas veces yo, sin llevarlo a la práctica, he pensado y hecho anotaciones sobre este tema. Sólo veo una objeción a su manera de concebir la literatura: que dejan de lado el talento, el temperamento, la autenticidad. Cualidades que en realidad están por encima de toda doctrina, programa o toma de posición. Un escritor de talento puede escribir si quiere una novela pastoril, cuyos personajes se llamen Nemoroso o Filomena, utilizando todos los lugares comunes del Renacimiento, sus tropos más vulgares y hacer sin embargo un libro excepcional.

Fragmento del diario de Julio Ramón Ribeyro

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